Justamente estaba pensando en la mejor manera de comenzar a escribir este artículo cuando me tope con la frase de arriba. Es muy cierto, no hace mucho se creía que la mujer no estaba hecha para disfrutar del sexo, sino para complacer al hombre y traer bebés al mundo. La mayoría de la historia humana se refiere a una mujer buena como “virgen”, pero al momento de cambiar ese estatus se le privaba de todo valor.

Yo no sé ustedes, pero yo crecí con miedo a perder mi virginidad por todo lo que eso significaba. Desde una edad temprana se me enseñó que respetar y honrar mi cuerpo tenía más que ver con mantenerlo escondido que con amarlo y cuidarlo. La virginidad era el premio mayor a alcanzar, y claro a los ocho años piensas que es fácil, “Ni siquiera un beso voy a dar hasta que llegué al altar”, son el tipo de frases inocentes que recuerdo haberle dicho a mi mamá de chiquita.

La vida sigue, y las niñas nos convertimos en… una criatura extraña que no es ni mujer ni niña (o así me veo yo, honestamente). Tienes más conciencia del mundo, lo que te rodea, las posibilidades a tu alcance y lo complicado que es el amor. Hay oportunidad de decidir por ti misma lo que realmente quieres, pero muchas veces esa opción está limitada por todo lo que te enseñaron al crecer y el valor que se te quita como persona al tomar una decisión.

Aún hoy se vive una batalla constante sobre decisiones acerca del cuerpo y sexualidad femenina. Y muchas de estas decisiones se basan en opiniones externas a lo que las mujeres claramente pedimos porque creemos necesario.