Una de las razones por las que amo tanto la moda es por su manera de verse incluida en todos los aspectos que rodea a una persona. Específicamente lo podemos ver en el ámbito social y cómo la ropa funciona como lenguaje entre relaciones interpersonales. Ya que no quería coser porque me quedé asqueada de coser diario, decidí hacer una investigación sobre algún tema social que se viera afectado por la moda. Terminé con el tema del uniforme que usan las empleadas domésticas (mejor conocidas como “muchachas”) del municipio de San Pedro.
El enfoque de la investigación era determinar si el uniforme es bueno o malo para ellas, si causaba discriminación o si era realmente práctico a la hora de hacer su trabajo. Después de haber hecho entrevistas, a ambas las empleadas y las empleadoras, me di cuenta que no era posible que yo hablara sobre esa ropa sin saber lo que se siente ponérsela. Al final de cuentas no son unos jeans y una polo (aunque odio las polos por igual), si no era ponerse un uniforme que se consigue en los supermercados al lado de las cosas de limpieza y que tienen como tallas S, M, L; y aun así todas están iguales. Ese uniforme era un atuendo que yo nunca me iba a tener que poner, no se me iba a exigir como a algunas personas sí. Tomé la decisión de comprarme un uniforme, ponérmelo y caminar los pasillos de Paseo San Pedro.
No fue una decisión fácil porque yo estaba ahogada en miedo de qué fuera a pasar. Sentí que me iban a ver feo, que no me iban a dejar entrar a Palacio de Hierro, que me iban a checar la bolsa; pensé en lo peor. Ese uniforme estaba tan impregnado en mi cabeza como una herramienta de discriminación que yo solita, sin habérmelo puesto, me sentí discriminada. El día del experimento me acompañó una amiga, yo tenía mucho miedo de ir sola y, también, necesitaba a alguien que viera las reacciones de las demás personas hacia mí para poder tener una perspectiva de afuera. Me puse el uniforme y me miré en el espejo. Sin afán de ser dramática, no me reconocí. Por estar sesgada debido a mi investigación, mi mente automáticamente se fue a sentir lo peor al verme. Me sentía increíblemente insegura, bajaba la cabeza en automático cuando alguien me veía y, poco a poco, me fui discriminando yo solita.
Al entrar a la plaza le pedí a mi amiga que no me dejara sola, que tenía miedo y pena de lo que fuera a pasar. Ahí fue cuando nos dimos cuenta. Mientras caminábamos juntas, a la que veían feo era a mi amiga, no a mí. Era como si la gente estuviera enojada con ella por traerme a mí acompañándola. Me liberé totalmente del peso que tenía encima y dejé de estar nerviosa. El uniforme sí estaba hablando por sí mismo, estaba diciéndole a la gente que, entre ella y yo, había un poder más grande que el otro, que había alguien dirigiendo y alguien siguiendo. Pero lo curioso es que a mí no se me trató mal, solo con indiferencia. Entré a varias tiendas esperando alguna reacción, que se me atendiera o que se me pidiera que me saliera. En una tienda me atendieron súper bien, pero en otra, el señor de la caja me vio que quería pedir algo y me ignoró. Todo el miedo que yo sentía al usar el uniforme era porque éste ya trae un mensaje instituido en él. Que no importa quién se lo ponga, el uniforme hablará antes que la persona misma y la posicionará dentro de un grupo de personas. Yo cedí mi fuerza y se la di al uniforme, me dejé identificar por él.
Asumir que la ropa no habla por sí misma es un error. La moda tiene vida propia, una manera de comunicarse tan única que puede a llegar a afectarnos de manera emocional y mental. Sin embargo, debemos aprender a decidir a no escuchar tanto el lenguaje de la moda por encima de lo que una persona comunica.
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