Después de ver una película romántica, tendemos a idealizar lo que es el amor. Pero, ¿qué es el amor? es lo primero que nos debemos de preguntar.
Los filósofos griegos definen cuatro tipos de amor: philial, eros, ágape y, storgé. El primero hace referencia a la solidaridad, hermandad y amor al prójimo, siendo la máxima expresión amorosa frente a la comunidad buscando siempre el bien común. El segundo, eros, es aquel amor intenso, carnal y efímero; tiene que ver con la idealización del momento, la pasión y el deseo sexual. El amor ágape se refiere a la frecuencia más profunda del amor, la forma de amor universal por la naturaleza o la humanidad completa. Por último el storgé, aquel amor fraternal, comprometido y duradero. Éste se cultiva a lo largo del tiempo y en muchos casos implica una relación filial o un sentimiento protector que detona la lealtad.
Mientras que la Real Academia Española (RAE) lo define como: “un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” o “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”.
Éstas definiciones de amor amplían nuestra capacidad de ver cómo nos relacionamos con las personas, porque a final de cuentas el amor es la base que nos une con las demás personas. Sin embargo, los guionistas y directores de películas se han enfocado en darnos algo inalcanzable.
El tema del romanticismo estuvo presente desde nuestra niñez en películas como las de las princesas de Disney. El príncipe que se enamora de la plebeya o de la chica extraña. Por supuesto que también nos dieron grandes personajes feministas como Mulan, Mérida de Valiente o Tiana de la Princesa y el Sapo.
Cuando pasamos a la pubertad, películas como las de Crepúsculo, High School Musical e incluso Clueless, nos llevaron a visualizar un amor que parecía imposible, ¿el chavo popular con la nerd de la escuela? En la vida real, eso nunca pasaría, pero logran darnos un poco de esperanza. Después, al ver The Holiday, Orgullo y Prejuicio y Sex and the City, las temáticas son un poco más aterrizadas a lo real aunque, siguen dándonos ese final feliz de fantasía y que por ende es al que aspiramos llegar.
No obstante, la edad a la que vemos cada película influye en nuestras vidas. Por ejemplo, cuando éramos pequeños nuestro único objetivo era encontrar al príncipe azul. Crecimos y lo siguiente era enamorar al chico más popular de la escuela. Pero, al llegar a los 20-25 años y ver películas románticas, nuestras expectativas ya no son las mismas de antes.
“Todo depende de la madurez, el carácter y de las relaciones de la persona, por lo que es poco probable que en edad adulta la persona se deje influenciar por una película de amor”, comenta la psicóloga clínica Mariana Abella en una pequeña entrevista.
Cuando vemos este tipo de películas, aunque sepamos distinguir la realidad de la ficción, siempre hay algo que nos hace pensar en que sí sucederá algo parecido a lo que vimos en la pantalla.
A diferencia de otro tipo de material como series de televisión, radio o novelas, el cine influye en todos los sentidos al mismo tiempo. Ofrece una imagen, pero añade el movimiento, al mismo tiempo que nos envuelve con la banda sonora y a la vez destaca la acción con efectos de sonido y la modulación de voz de los actores. Todo esto, Alfonso Méndiz, Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad de Universitat Internacional de Catalunya, menciona en su artículo La influencia del cine en los jóvenes, publicado en la revista Cinemanet. La película afecta simultáneamente nuestra psique, por lo que es incapaz de separar los estímulos y anteponer para cada uno un filtro llevándonos a relacionar la imagen que vemos con una experiencia personal.
De una pequeña encuesta realizada a través redes sociales a 100 personas de 20 a 25 años, el 50 por ciento aseguró no sentirse identificado con alguno de los personajes o de tener una expectativa de relación basada en películas como Orgullo y Prejuicio. Esto quiere decir que hasta cierto punto dejamos de creer en los cuentos de hadas y vemos la vida tal cual es.
Por otra parte, “nuestros comportamientos y expectativas afectivo-amorosas llegan a ser producto de una construcción social filtrada por los medios de comunicación”, afirma el autor Raúl López en su artículo Dame un beso como en las películas: ¿las historias románticas distorsionan nuestras relaciones amorosas?, publicado en la Revista Mexicana de Comunicación. Lo que deja claro que, aunque a cierta edad podamos distinguir la ficción de la realidad, nuestra formación anterior y la información que nos rodea, no nos permite dejar por completo la idea de encontrar a la persona perfecta y tener un final feliz.
La respuesta a la pregunta de si estamos verdaderamente influenciados por el cine es sí, porque desde pequeños vemos ejemplos de ello y nos esforzamos por tenerlo sin importar lo que cueste. De ahí que se deriven problemáticas como la violencia, la depresión y otros factores que también se muestran en las películas y que normalizan ciertas actitudes erróneas de lo que es el amor.
De ahí parte la idea de que debemos esforzarnos en crear una relación primero con nosotros mismos, para conocernos, amarnos y tener la certeza de saber lo que queremos. Porque solo así será que podamos ver a la persona indicada y amarla sin reproches.
Instagram: @marceguevara1