Nunca leí “Mujercitas”. Quien me conoce bien sabe que es un libro que me abruma, del cual no había pasado de la página 20. Alguna vez vi la película de 1994 dirigida por Gillian Armstrong, pero la idea de la hermana que le bajaba al novio me dejó conflictuada.
Para mí, “Mujercitas” se había convertido en una obra con la que jamás iba a tener contacto.
Debo decir que hable demasiado rápido, porque años después iba a tomar la decisión de volverla a leer, y esa lectura que era tan sofocante se convertiría en una experiencia interesante.
Por otra parte a mi mamá siempre le gustó, tanto que me lo trato de imponer varias veces. En mi mente “Mujercitas” era un reflejo de mi madre: demasiado correcto, propio, simple, formal y anticuado, por no decir que sentía que que le faltaba esa vibra rebelde.
Me enteré de la nueva película, la cual iba a ser protagonizada por un elenco increíble, dirigida por una mujer, además enfocada en la vida adulta de las hermanas, la figura de Jo y las dificultades que tuvo que afrontar para publicar su libro. Así que decidí investigar más, sacar del empolvado librero la vieja copia de la novela de Louisa May Alcott que tenía mi madre. Iría a ver la nueva película y descubriría el que me deparaba “leer Mujercitas, después de ver Mujercitas”
No les voy a negar que fue toda una experiencia desgarradora, sobre todo cuando tienes una familia grande al todo estilo old school-baby boomer. Al inicio me rehusé, lo seguí leyendo con esa mirada críticona y prejuiciosa, pero las páginas avanzaron y mi corazón se ablandó. Sentí el calor de la familia, la bondad y la empatía, supongo que es inevitable no identificarse cuando tienes muchos hermanos u hermanas y te criaron conforme a los valores morales cristianos.
Para mi, “Mujercitas” es una novela sobre la cotidianidad de la familia y la mujer en su época.
Lo cotidiano es real, es por eso que tantas mujeres se sintieron identificadas leyendo algo que representaba lo que vivían día con día. De lo primero que me di cuenta es que mujercitas ocupó el espacio de representación que necesitaban las mujeres de la época.
En esta novela vemos la historia de vida de cuatro hermanas y su madre, cada una con una personalidad diferente.
Jo es la mujer rebelde, quiere ser escritora y una mujer económicamente independiente, no se quiere casar y no logra convertirse en una señorita de sociedad y tampoco lo desea, prefiere ser libre.
Amy es a la que le gusta el arte, la buena vida y los buenos modales. Quiere ser una gran pintora y viajar por el mundo, o en el peor de los casos casarse con alguien rico para salir de la pobreza.
Beth es la imagen de la bondad, la empatía y la entrega. Toca el piano, pero no sueña en grande, su mayor deseo es ver a todos felices, hace todo por su familia y los demás.
Meg es la hermana mayor, quiere un final feliz y aunque añora la riqueza pues recuerda su infancia acomodada, lo que más quiere es el amor verdadero.
Lo segundo que noté es la idea de la libertad de elección, para la época era poco común que las niñas protagonistas de esta novela fuera educadas con la idea de elegir sobre su propia vida. En tiempos donde sólo el dinero te garantizaba la libertad de elección, la idea de 4 mujeres tomando las riendas de su destino, casándose por amor o persiguiendo una carrera era algo inimaginable. Así es como Meg se casa por amor, Amy busca su seguridad económica y Jo persigue su vida de escritora, todas decidiendo plenamente sobre su futuro.
En esta novela vemos mujeres con ambición, sueños y metas de vida para realizarse plenamente.
Si le preguntamos a las mujeres más grandes en nuestras familias cuántas cosas dejaron de perseguir porque “no las dejaron”, porque no eran libres tendríamos ante nosotros caras de desilusión y respuestas tristes. Mi madre por ejemplo no estudio una carrera de periodismo porque “no es de niñas bien” y una tía abuela dejó ir al amor de su vida por cuidar a la familia.
La historia siempre va a ser la misma, pero la lectura ahora es diferente, antes nuestras madres lo leyeron como el reflejo de la moral y los valores femeninos ideales; las hermanas eran la imagen de la entrega y devoción al trabajo y al hogar. Hoy tenemos la otra forma de ver, la dificultad pasada, presente y futura que tiene la mujer para salir adelante.
“Mujercitas” es una historia cruda porque es real, porque ante sus páginas revela la desigualdad social, y la dificultad de la movilidad en las clases. Porque para muchas mujeres si se carece de talento o recurso, antes y ahora la única forma de salir adelante es el matrimonio. Aun así nos habla sobre la libertad, quizá nuestras protagonistas no eran ricas, pero su familia siempre les dio la opción de elegir, de trabajar en lo que les gusta, de casarse por amor y no por dinero, de dedicarse a desarrollar sus pasiones y talentos.
La novela es tan relevante como su aparente atemporalidad, nos muestra problemáticas que la mujer afrontaba años atrás, siguen perteneciendo a las dificultades presentes. Aún en pleno 2020 escuchamos frases como “de amor no se come”, o que las mujeres estudian carreras mientras se casan. Porque aún tenemos que demostrar nuestros talentos, validar nuestros conocimientos frente a otros, esforzarnos más para desarrollarnos en nuestra vida profesional.
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