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reflexión

Confesiones de una lesbiana que ama la moda

Por Lú Almaguer

La historia no comienza aquí, pero lo cierto es que no existe una mejor forma de ilustrar de lo que vengo a hablar. Situémonos: Madrid, el verano del 2017 y el comienzo de las fiestas del Pride. Yo, una lesbiana fuera de su pueblo de mente cerrada dispuesta a aprovechar cada oportunidad de sumergirse en el colectivo LGBTI+. Entonces, un viernes de junio y una fiesta hecha por lesbianas para lesbianas me parecía como un excelente plan para comenzar el fin de semana.

Como de costumbre, me maquille y mientras lo hacía pensaba en qué ponerme y como hacía un calor de los mil demonios opté por un vestido cruzado y cortito, de color azul con muchas florecitas y unos chunky sneakers para poder bailar toda la noche. La idea parecía buena, claro, hasta que llegue a la fiesta. Iba con un grupo de amigas, llegamos, pedimos nuestros drinks y comenzamos a bailar. Ya entrada la noche fue que se me comenzó a hacer raro que las otras chicas se me quedaran viendo y no se acercarán. La razón me tocó aprenderla de una manera bastante inesperada. Porque el caso es que, decidí acercarme a una chica que se me había hecho bonita, comenzamos a bailar (o bueno, perrear)  y todo iba bien, eso hasta que de su ronco pecho me dice “oye, la verdad es que no sabía si acercarme a ti” a lo que mi cara se transformó en este emoji “🤨🤨” y le pregunté que por qué; a lo que, sin pelos en la lengua me suelta “es que las lesbianas no usamos vestidos como el que traes puesto” y por más que imaginen las diversas respuestas que le pude haber dado, solo le volví a levantar la ceja, me di la vuelta y seguí tratando de divertirme, pero su frase seguía dando vueltas en mi cabeza. 

Al día siguiente me fui de brunch con otro grupo de amigas y les platiqué lo ocurrido y una de ellas hizo un punto tan bueno que, a la fecha, es algo que tengo muy grabado: “la sociedad tiene UNA sola idea de lo que es una lesbiana y que al parecer hasta el mismo colectivo se ha creído que las demás son invisibles” ¡Y tiene toda la razón! Y es que, no por el hecho de que nos gusten las mujeres se elimina el resto de nuestra personalidad. Pero la verdad es que el mundo está tan casado con meter y separar todo en cajitas que es que cosas así pasan. Yo la verdad, es que tardé en entenderlo, pero durante ese proceso, siempre hubo una constante en la que me apoye: mi amor por la moda.

Al principio se convirtió en un escudo. Los vestidos, las faldas y las blusas era mi armadura, una forma de reprimir esa parte de mí que estaba conociendo y que no quería que estuviera ahí. Los tacones mi aliado para encajar en la idea de lo que una chica mexicana de 17 años tenía que ser. 

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Unos años más tarde tuve la oportunidad de hacer un semestre en el extranjero y en ese momento la moda pasó de ser un escudo a ser esa manera de visibilizarme y hacer “que se me notará” mi sexualidad. Usé The L Word como inspiración y aunque, jamás me fui hasta el polo más masculino del espectro, siempre buscaba algo que hiciera notar que era mujer a la que le gustaban las mujeres. Pero más que encontrar un nuevo estilo, simplemente fue caer en otra armadura. Porque, sin darme cuenta, lo que estaba haciendo era seguir escondiendo quién era. 

La pregunta “¿me veo lo suficientemente gay?” era una constante en mi vida, pero de lo que no me daba cuenta, era de que la pregunta que debía hacerme era “¿me veo lo suficientemente yo?”

Ahora que hago restrospectiva, me digo “en qué estaba pensando” y la verdad es que la respuesta es sencilla. Estaba pensando en qué iban a decir los demás sobre mí, no en como yo me sentiría mejor. Gracias al cielo y a películas como Carol, D.E.B.S o, a todas esas veces que utilicé como referente a Marina de The L Word, me fui entendiendo poco a poco y me di cuenta de que si podía ser Cher Horowitz (la de Clueless) aunque me gustarán las mujeres. 

Porque en el mundo existe la lesbiana que viste de jeans flojos y chalecos, la que tiene todas las camisas de franela del universo, la que lleva traje sastre, pero también existe la que lleva vestidos con botas cowboy. Y saben qué, TODAS somos reales. A ninguna nos describe sólo una palabra, ninguna es una cajita que nos impone la sociedad, o una pestañita en el buscador de PornHub, cada una somos una persona que tiene ese “algo” que la hace única y especial. Pero sobre todo, la cosa está en que cada quién es su propia persona y las etiquetas -de cualquiera que se trate- se pueden ir muy lejos.

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