En ese tiempo las mujeres de Grecia se convirtieron en las primeras activistas en salir a protestar la Lex Oppia, la cual era una ley que dictaba que las mujeres no podían adquirir ciertos lujos como el oro. Esta ley fue eliminada en 195 AC. 

La primer mujer en levantarse en contra de la misoginia y el rol de la mujer en la sociedad fue Christine de Pizan, quien escribió sobre esto en su libro La Ciudad de las Damas durante el siglo 15. 

De ahí en adelante el activismo femenino tomó revuelo en lo que conocemos como las tres olas del movimiento feminista. La primera ola del feminismo empieza a finales del siglo 19 e inicios del siglo 20, con las sufragistas peleando por el derecho al voto y la propiedad; la segunda ola del feminismo ocurrió en la época de los 60’s, e iba en contra de la discriminación y a favor de la equidad; y finalmente la tercer ola del feminismo, la cual se dió en los 90 cuando muchas mujeres levantaron la mano y declararon que los pasados movimientos no habían sido incluyentes de gente de color, la comunidad LGBTQ+, y minorías. 

Pensé en éste artículo justamente porque durante mi semana recordé una de las cosas que a toda mujer le han sucedido, y eso es minimizar la importancia de nuestra lucha. Sacrificando nuestra feminidad por nuestros derechos, y viceversa. Les invito a buscar Ms. Magazine (una revista dedicada a darle un enfoque al feminismo a través de la cultura y política) y leer el artículo de Oliver Haug, acerca del porqué las mujeres hacemos una diferencia en los movimientos sociales. Lo que más llamó mi atención en el artículo fue la mención a una investigación hecha por la profesora de ciencias políticas de Harvard, Erica Chenoweth, para probar la teoría de que las mujeres en el activismo hacen la diferencia.