Paso cada vez más tiempo evitando discutir con gente en redes sociales. Ya sea por conservar mi paz mental o por economizar mi valioso tiempo, casi siempre opto por la omisión de algún comentario que me moleste porque es muy cansado tratar de educar personas que no desean ser educadas.
Casi siempre termino el día triunfante, con pocas interacciones incómodas y mucha paciencia regada por mis venas para tranquilidad mía y orgullo de mi psicóloga.
Sin embargo, hay un comentario que todavía no logro encasillar en la lista de cosas que puedo dejar pasar: “Ya no se puede decir nada, a esta generación de cristal todo le ofende”.
Irremediablemente voy a contestar porque en segundos pierdo toda la calma, la respiración se me acelera y antes de darme cuenta estoy taladrando mi teléfono con una respuesta. ¿La razón? Simple, no me nace tener paciencia con quién busca desprestigiar lo que esta generación, mi generación y las que vienen detrás, están tratando de hacer para reparar un poco de las conductas tóxicas que nos han llevado a estar tan al borde de la catástrofe ecológica, social, económica y política.
¿De verdad creen que estamos mal? Repasemos un poco.
Somos la generación que vio nacer jóvenes líderes como Malala y Greta Thunberg quienes a su paso han despertado conciencias e inquietud sumando hoy en día cientos de jóvenes liderando las mismas causas, o similares, a lo largo del mundo buscando mejorar y garantizar educación en un planeta que de preferencia pueda seguir teniendo oxígeno para respirar.
Somos la generación que se ha preocupado por concientizar sobre la importancia de cuidarnos a nosotros mismos admitiendo y hablando abiertamente sobre temas como la ansiedad, trastornos alimenticios, depresión y suicidio. Procuramos normalizar el buscar ayuda cuando nos sentimos mal, ir a terapia para hacernos cargo de nuestras emociones con el propósito de crear mejores y más sanos ambientes para nosotros y las personas que nos rodean.
Estamos ante la generación que volvió a resonar alzando la voz contra las injusticias y la violencia de género. Vivimos en constante cuestionamiento porque nos estamos dando cuenta, cada quién a su ritmo, que nos educaron para ser un espejo de malas conductas patriarcales aprendidas de memoria que ya no estamos dispuestas a repetir. Estamos reaprendiendo para construirnos desde la sororidad, el entendimiento de igualdad y la búsqueda de justicia que nuestros sistemas obsoletos y machistas no nos dan.
Nos estamos educando sobre cómo ser más abiertos y abrazar nuestras diferencias. Aceptamos todas las formas de amor, cualquier expresión e identidad de género y la preferencia sexual que sea porque entendemos que en un mundo tan viciado en odio decirle que no al amor, a la libertad y a la individualidad es una idiotez.
Aprendimos a abrazarnos en la distancia de las redes sociales que tanto nos critican los boomers para brindarnos apoyo y amistad, aunque no nos hayamos visto nunca, porque de lado a lado de la pantalla entendemos lo difícil que es vivir así, en constante pelea con una sociedad conservadora acostumbrada a nuestro silencio e incómoda con nuestras voces.
Sumado a eso compramos de segunda mano, reciclamos lo más y desperdiciamos lo menos que podemos, cuidamos lo que comemos, promovemos la planificación familiar y la educación sexual, apoyamos comercios locales, respetamos a los animales, promovemos el amor propio, nos deconstruimos, nos educamos en diferentes materias para crecer en conocimiento, pero también en conciencia de diferentes realidades. Emprendemos negocios y movimientos, resistimos críticas, creamos conciencia, documentamos nuestra realidad y tratamos de encontrar el tiempo para ir a terapia, hacer ejercicio, ahorrar para una casa, tener un trabajo, vida social y dormir 8 horas al día, ¡NO ME VENGAN CON QUE SOMOS LA GENERACIÓN DE CRISTAL!
Somos la generación que verá nacer grandes líderes como Jacinda Ardern y Justin Trudeau. Somos los que protestan e incomodan, somos ‘BLM’, somos ‘Ni Una Menos’, somos las que escriben, las que graban, las que denuncian, las que rayan, las que cuestionan y llegamos para quedarnos a tratar de hacer las cosas mejor, porque si algo aprendimos de generaciones pasadas es que nadie lo va a hacer por nosotras.
Así que disculpe la molestia, señor político, si le reclamo enfurecida cuando revictimiza a una mujer por sus tatuajes, ya no me va su machismo. Perdone, señora senadora, si me molesta que se adjudique propiedad de la persona que hace el aseo en su casa, ya no me va el clasismo. Lamento el inconveniente, amigo de Facebook, si te parece que exageré denunciando en redes la apología a la violación que hizo tu youtuber favorito, ya no me va el silencio.
Me niego tajantemente a aceptar que alguien, así sea un contemporáneo cegado en tradición, use cualquiera o todas estas razones para tratar de hacerme sentir débil o temerosa de mi postura. No voy a permitir que la misma gente que ya demostró haber tomado pésimas decisiones venga a educarme en viejas costumbres conformistas o peor, tratar de avergonzarme para quitarme las ganas de seguirme moviendo y reclamando hasta estar satisfecha con el resultado. Es muy sencillo, señoras y señores, estamos en remodelación social y si no están dispuestos a hacer su parte para contribuir lo menos que pueden hacer es no estorbar, guardarse sus comentarios retrógrados y ver cómo hacemos lo mejor que podemos tapando los baches que dejaron para que los que vienen detrás puedan moverse libremente y en paz. La comodidad de nuestro silencio, nunca más.
Instagram: @alejajajandra_