“¡Chin!, ya no tengo tiempo para ponerme mis pulseras,” fue lo último que le dije a mi hermana mientras me preparaba para conectarme a una junta. Es que, desde que regresaron las pulseras de colores, las que puedes personalizar y que tienen muchas cuentitas de diferentes tamaños, no me siento bien o segura de mí misma si no traigo puesta aunque sea una.
Me es chistoso pensar en cómo este accesorio vuelve a parecerme uno de mis tesoros más preciados cuando en mí pubertad lo negué y rechacé porque estaba “fuera de moda”. Aunque, recuerdo que unas vacaciones, circa 2013, tapicé mi brazo izquierdo con pulseras de hilos que compré en la playa. Sentía que era única, porque nadie más las llevaba puestas y mi mamá me decía que se veían horribles – por lo deslavadas que las traía- pero para mí, eran parte de mi identidad en ese tiempo.
Después me deshice de ellas y las cambié por una pequeña pulsera con un dije de la virgen. Se convirtió en mi “pulsera de la suerte”, con ella sentía que contestaba todos los exámenes correctamente y que nunca estaba sola. Más adelante, dejé de usar pulseras por completo y cambié a un anillo que me regalaron cuando cumplí 20. Ese sí, no me lo quitaba nunca (hasta la fecha).
Siempre había querido tener un “Carrie necklace” y ese anillo lo suplió a la perfección, se convirtió en mi “Marce ring”. Que cuando se me perdió -por un momento- mi corazón se paró y no dejaba de pensar en qué otra pieza lo supliría. Al empezar la pandemia, lo guardé para que no se fuera a ‘contaminar’ y, ahí está, esperando a ser usado de nuevo.
Al mes de la cuarentena hice mi pedido de pulseras de colores personalizadas a una amiga de mi hermana, las compré compulsivamente. Cuando por fin las tuve en mis manos, no me las quise quitar y quería presumirlas por todas partes. Me las pongo todos los días y para todas las juntas, aunque nadie se dé cuenta de que las tengo puestas.
Por tonto que llegue a sonar, esas pulseras hicieron que mí creatividad y felicidad regresaran después de una temporada caótica. Sentí que, de cierta forma, había restaurado mi personalidad, se volvieron mi “Carrie necklace” que, aunque no sean las más lujosas del mundo, son otra pieza valiosa para mi persona. Pero, ¿qué las hace tan especiales? ¿los colores? ¿las cuentas? ¿o el hecho de que deletrean mi nombre?
Por la psicología del color, diría que sí. Los colores como el amarillo, verde y azul, dan vida y me animan. Del lado espiritual, leer mi nombre o la frase que lleva, son mi self reminder de quién soy y hacia dónde voy.
Así que, ¿estas pulseras se convierten en mis horrocruxes?
Es probable que sí. Un estudio que hizo el psicólogo Gil Diesendruck, de la Universidad Bar-Ilan de Israel, y su colaboradora Reut Perez concluyen que, el agregarle valor a un objeto, reconforta a la persona y hace que no se sienta sola. En otras ocasiones, si es un objeto que se pasa de generación en generación, éste sustituye la ausencia de ese ser querido. El famoso apego emocional.
Estas pulseras cargan con un significado poderoso para mi, al menos por ahora, porque representan mi presente, quién soy yo en este caótico 2020. Tal vez, su significado permanezca pero, también es muy probable que más adelante otro accesorio tome su lugar porque es el que necesitaré en ese momento, y que me representará en ese futuro, tal y como lo fueron mis pulseras de hilo y mi anillo en un momento.
Para ti, ¿cuál es el accesorio que te identifica y da seguridad?
Instagram: @Marceguevaram