Hace un par de meses recibí una clase sobre “Moda y Género”, y pude darme cuenta de la gran importancia que tiene esta industria en la identidad social y cultural de cada rincón del mundo.
Desde siempre las pertenencias materiales (incluidas las prendas de vestir) han sido motivos diferenciadores entre las personas dentro y fuera de un grupo social. La moda ha jugado un gran papel separando a ricos y pobres, a orientales y occidentales, a niños y adultos, pero sobre todo a hombres y mujeres.
Desde una mirada retrospectiva, la moda siempre ha sido relacionada con el género femenino. Desde el siglo XVII, en donde la confección de vestidos y trajes para la realeza tomó gran impulso, se empezó a encasillar al gusto por la moda como ‘cosas femeninas’,‘cosas de mujeres’. Rose Bertin, por ejemplo, quien era la modista personal de María Antonieta, fue acusada y duramente criticada por provocar, tentar y explotar los ideales de María Antonieta, al hacer uso de excesivos adornos y vestidos despampanantes.
En el siglo XVIII y XIX, esta ideología no cambió, al contrario, se hace más fuerte, y se clarifican las diferencias de género. La moda para las mujeres estaba relacionada con un juego de modestia, de explicitud sexual. La ropa servía para resaltar, embellecer y exagerar el cuerpo femenino. Incluso desde este punto, ya no sólo se responsabilizaba a las mujeres de su propia conducta sexual, sino también eran acusadas de ser la razón del comportamiento sexual (bueno o malo) de los hombres. Por otro lado, los hombres tenían poco o nulo interés en la moda, vistiendo prendas que se ajusten a su cuerpo y que los hagan ver elegantes, pero sobre todo que les permita desempeñar sus actividades laborales. La practicidad y comodidad era sólo cosa de hombres.
El final de la primera guerra mundial, marcó un cambio en la moda. Las mujeres tuvieron una apropiación de símbolos que, para ese entonces, eran considerados únicamente masculinos. Paul Poiret y Gabrielle “Coco” Chanel fueron los diseñadores símbolos del este nuevo siglo XX, en donde el uso de pantalones por parte de las mujeres era más y más común. Si hablamos de la moda masculina, esta tuvo pocos avances, el traje sastre era relacionado con el respeto, trabajo y profesionalismo de los hombres.
A finales de la década de los 80, los sólidos conceptos (que prevalecieron durante siglos) entre moda y género comienzan a desestabilizarse. La publicidad, la televisión y la creciente visibilidad de la comunidad LGBT+ fueron suficientes para romper los frágiles estigmas de esa masculinidad. Antes de esta década, los hombres que se interesaban por la moda eran señalados como depravados y afeminados, cuestión bastante grave considerando que durante décadas se nos ha vendido la idea de lo femenino como inferior, frágil y humillante, sin embargo, gracias a años de lucha y resistencia por parte de la comunidad LGBT+, activistas y nuevxs creadorxs, es que hoy en día la brecha que dividía a hombres y mujeres a través de la ropa, se ha ido desgastando, que los conceptos de femineidad y masculinidad se van dejando de lado.
Hoy por hoy, es común ver en Instagram y Facebook nuevas marcas genderless, chicos vistiendo croptops, mujeres dejando de lado las faldas y hombres atreviéndose a usarlas, así como cientos y miles de chicos maquillándose y bailando en TikTok. Y a pesar de que muchos siguen viéndolo como una conducta fuera de lugar, hoy sabemos que vamos por buen camino, educando a las nuevas generaciones y recordándoles que el género, es nada más que el resultado de una construcción cultural, contextual y social: un hombre con falda en Escocia, es símbolo de respeto, virilidad y hombría; pero la misma falda vestida por un hombre en México, Perú o Ecuador, es símbolo de ‘desviación’ y deshonra. Cuando a final de cuentas la ropa no es nada más que tela cosida, ropa que hace décadas construyó innecesarios estereotipos de género, pero que ahora busca destruirlos.
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