Después de 5 años de haber iniciado mi vida sexual, las relaciones siguen siendo un camino difícil de cursar. Tantas cosas que aprender, muchas otras que desaprender, y todo termina siendo un caos bastante placentero (si es que tienes suerte, claro está). Pero entre tanta prueba y error, cada experiencia trae consigo nuevos cuestionamientos, nuevas inseguridades desbloqueadas y, por supuesto, nuevas anécdotas. Con peligro de parecer un capítulo de Sex and The City, o tal vez de forma inconsciente tratando de recrearlo, me encuentro constantemente compartiendo dichas anécdotas con mis amigas más cercanas. Dentro de estas conversaciones de relaciones heterosexuales, al hablar sobre el sexo oral, muchas de ellas han respondido con la frase “yo no lo quiero intentar porque qué asco para él”. Y a pesar de que creo entender a qué se referían, me era muy difícil aceptar que su percepción sea la apropiada. ¿Por qué nos vemos como un elemento de asco para nuestra pareja? Si el deseo entre dos personas se encuentra presente, asco es lo último que deberíamos sentir el uno por el otro, ¿no? Pero la cuestión no es el repele de un hombre a una mujer, o viceversa, el problema aquí es el repele de la mujer hacia ella misma.
Siendo este un tema bastante serio, pero muy común entre la gente, no me podía dar el lujo de escribir solamente desde mi experiencia; así que entrevisté a un grupo de mujeres, y hombres, para conocer otra perspectiva. Como era de esperarse, destacó un patrón entre las mujeres en cuestión de su experiencia sexual y la forma en la que perciben sus cuerpos. Para encontrar la razón por la cual las mujeres mencionamos que causamos asco en nuestra pareja comencé cada entrevista preguntando si alguna vez habían sentido vergüenza de su cuerpo a la hora de tener relaciones. La respuesta en su mayoría fue sí, sin embargo no sabían de dónde había salido tal idea; fue mediante las conversaciones iban avanzando y el cuestionamiento crecía que ambas, las entrevistadas y yo, encontramos dónde se nos inculcó ese pensamiento tan equivocado. Es un hecho que la educación sexual que recibimos de niños y adolescentes fue terrible, pero un aspecto que habíamos olvidado y surgió en las entrevistas fue cómo se nos mencionaba, fuera y dentro del salón de clases, que la mujer que tuviera relaciones previas al matrimonio, o bien, para no tener hijos, era una mujer impura. La famosa culpa católica por tener relaciones pre-maritales se encargó de internalizar en nuestras cabezas el vernos como mujeres sucias por tener una vida sexual activa. Es un poco difícil de encontrarle relación directa al asco y a esa educación tan mala que recibimos de pequeñas, pero la encontramos en excusas como “mi vulva huele feo… mi vello púbico es asqueroso… de ciertos ángulos me veo mal…” entre otras tantas que no vale la pena mencionar. La sociedad decidió asignar una suciedad inexistente a nuestro cuerpo que cargamos a través de nuestras vidas. Pero aquí está lo curioso: ese asco termina cuando se trata de darle placer al hombre.
El sexo oral, o bien el cunnilingus, es un acto de amor propio de la mujer; una forma de poner su placer por encima del placer mutuo. Siendo esto así, podríamos verlo como una forma de rebelión al estándar que nos venden en el sexo. En la pornografía tradicional rara vez vemos a un hombre darle un oral a una mujer, sin embargo siempre se ve el otro lado de la moneda. Complacer al hombre se posiciona por encima de todo para crear una relación patriarcal entre las parejas. Cuando de penetración se trata, rara vez existe el cuestionamiento del asco que pueda ocasionar nuestras vulvas en la pareja, porque al final del día, el hombre está recibiendo la mayoría, si no es que todo, el gusto. Es ahí donde nos encontramos en la situación de muchas mujeres las cuales no consiguen alcanzar el orgasmo, el cual sentimos gracias a la maravilla que es el clítoris el cual se encuentra en la parte superior de nuestra vulva y la abraza por la parte interior; por lo que cuando existe penetración durante una relación sexual, este debe ser estimulado para poder alcanzar el orgasmo. Ahora, el sexo oral lo que hace es que tiene todo el enfoque en el clitoris, por ende la mujer pasa por una serie de sensaciones las cuales, de hacerlo bien, la ayudará a, como se dice coloquialmente: “terminar”.
Mucha gente solía pensar que esto solo era una especie de foreplay, cuando en realidad es una forma más de tener sexo. El pensar que tener relaciones solo involucra una penetración heteronormativa es una idea basada en el machismo; esto nos reitera que es solo el hombre el que recibe placer directo y por ende eso es llamado el sexo “oficial”. Sin embargo, cuando la mujer recibe sexo oral, a éste se le asigna el rol de excitarla para, posteriormente, terminar en penetración. Si bien sabemos que nuestra sociedad es basada en una cultura patriarcal, el sexo dentro de una relación heterosexual es el primer pilar.
Mientras entrevistaba a las mujeres sobre su vida sexual y, en específico el sexo oral, no podía dejar de pensar por qué me estaba enfocando tanto en eso. Hubo muchas ocasiones en las que pensé que tal vez yo estaba exagerando al quererle dar tanta importancia a ese aspecto del sexo. Pero mientras platicaba con todas me llegó la conclusión de que durante esos mismos 5 años de batallar en encontrarme como un ser sexual, cuando todo desaparecía por un momento era cuando yo estaba recibiendo el placer. Ese espacio en el que dejaba a un lado la parte de complacer como una especie de “deber” y me detenía a recibir, era una forma de sentir justicia. Como mujeres no estamos acostumbradas a sentir que las cosas están a nuestro favor; ahora más que nunca en la lucha feminista nos encontramos constantemente tratando de avanzar para poder lograr equidad. Pero es justo dentro de la relación sexual en la que se encuentran tradiciones e ideales basados impresionantemente en el machismo, en el que es necesario luchar por nuestro placer. Lo considero un acto micropolítico el poder decir “me toca” y así, orgasmo tras orgasmo, ir eliminando la idea del asco que se nos inculcó desde pequeñas para reemplazarlo con amor a una misma.
No digo que la lucha terminaría con un orgasmo, pero sí es un espacio donde la mujer ha perdido, y se encuentra perdiendo constantemente; pero es a través del acto valiente de decidir escuchar su placer y a su cuerpo por encima de los constructos sociales en nuestras cabezas que lograremos avanzar un paso más hacia la equidad, y con suerte, un orgasmo.
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