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Reflexiones que nos dejó este mes de la moda

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Reflexiones que nos dejó este mes de la moda

Por Kassandra TorresTermina el mes de la moda. Cuatro semanas en las que creativos, medios, diseñadores y amantes de la moda de todo el mundo se reúnen (física o virtualmente) para presenciar las propuestas que marcarán los próximos seis meses. Un mes que se siente como mirar a través de una bola de cristal y un reality show de los dosmiles al mismo tiempo: desfiles, movimientos, expectativa y un sinnúmero de momentos protagonizados por las celebridades e influencers que, nos guste o no, forman parte fundamental del ecosistema de la moda actual.

Lo que antes se resumía en Nueva York, Londres, Milán y París hoy se extiende mucho más allá. Y para nosotras, como mexicanas, el cierre de ese ciclo llega a mediados de octubre con Fashion Week México, una semana que ha mutado con el tiempo y que en esta edición regresa con nueva dirección, patrocinadores y expectativas.

La realidad es que sin importar la ciudad, el mes de la moda siempre deja tras de sí un eco de preguntas, reflexiones y vacíos por resolver. Este año no fue la excepción y hoy te quiero compartir algunos de estos pensamientos que se quedaron varados en mi cabeza después de 5 semanas de consumir y respirar moda.

No importa si es México o París: el camino sigue siendo incierto

Como industria, en México solemos idealizar lo que ocurre “del otro lado del charco” (y quién podría culparnos: cof cof, colonización). Pero la realidad, es que navegando dentro del sistema, es fácil darse cuenta que el sentimiento de incertidumbre es universal.

Directores creativos que cambian cada seis meses, falta de compradores en ferias y showrooms, vacíos de prensa en desfiles y pasarelas que se sienten cada vez más ajenas a las necesidades reales del mercado. Las quejas se repiten, solo cambian los idiomas.

 

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¿Realmente qué tan rentable es participar en una Semana de la Moda?

Participar en una semana de la moda implica costos altísimos frente a beneficios cada vez más difusos. En la mayoría de las capitales, los compradores escasean, los re-sees son limitados y muchos diseñadores no cuentan con estructuras que den continuidad a la venta posterior al show.

Las grandes casas como Prada, Gucci o Loewe pueden permitirse desfilar por el valor simbólico y aspiracional que conlleva estar ahí. Pero para una marca emergente, ¿cuánto sentido tiene invertir en un sistema que no necesariamente genera retorno?

 

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La moda, como industria, necesita repensar sus modelos de negocio, pero hacerlo desde una mirada individual. No todas las marcas operan bajo las mismas reglas ni buscan los mismos objetivos. El formato desfile, por ejemplo, puede ser completamente funcional y rentable para las grandes casas que viven del imaginario, la herencia y el deseo aspiracional, pero no necesariamente para un diseñador independiente.

El problema es que el sistema ha perpetuado la idea de que el éxito se mide en desfiles: que llegar a Fashion Week equivale a “haberlo logrado”. Cuando en realidad, para muchas firmas jóvenes, esa visibilidad efímera no se traduce ni en ventas ni en crecimiento real. Replantear el modelo significa entender qué hace sentido para cada marca.

¿Para quién es realmente Fashion Week?

En los últimos años, la prensa ha sido desplazada poco a poco de las semanas de la moda. No se trata de nostalgia o de una queja personal, la realidad es que actualmente el impacto de un influencer puede superar por mucho el alcance de cualquier medio de comunicación. Sin embargo, este cambio de jerarquías dentro de los desfiles ha abierto debates necesarios sobre el registro y la memoria de la moda.

El caso de Karla Martínez de Salas, directora de Vogue Latinoamérica, a quien se le negó el acceso al front row mientras sus colegas de títulos internacionales sí lo ocupaban, evidenció una realidad incómoda: la moda global parece seguir interesada únicamente en hablarle a ciertos mercados. La exclusión de voces latinoamericanas y en general, de regiones fuera del eje de Europa y Estados Unidos, no solo refleja una desconexión con la diversidad cultural actual, sino que también contradice el discurso de globalidad que la industria presume sostener en los últimos años.

Por otro lado, la presencia de creadores de contenido, influencers y TikTokers ha crecido exponencialmente en las últimas temporadas. Y es importante reconocer su papel: han logrado acercar la moda a nuevas audiencias, democratizar el acceso visual a los desfiles y generar conversación en tiempo real. Pero este cambio también ha modificado la antigua naturaleza de la moda. Cada vez hay menos periodistas, críticos y editores especializados dentro de los venues, y sin ellos, menos registro analítico y memoria histórica de lo que sucede en la moda.

El Fashion Week contemporáneo ya no funciona como un espacio exclusivamente profesional; se ha convertido en un ecosistema mediático donde la imagen y la inmediatez pesan tanto como la colección misma. Lo interesante será ver si, en este nuevo orden, la industria encuentra un punto de equilibrio entre la viralidad y la documentación.

¿Qué papel tiene la moda en un mundo en crisis?

El mundo atraviesa un momento donde el conflicto es constante: guerras, genocidios, tensiones geopolíticas, desigualdad y desinformación. En medio de eso, la moda puede sentirse más utópica que nunca. Esa distancia genera una disonancia y mientras el consumo se desacelera, las marcas insisten en expandir su narrativa aspiracional.

En los últimos dos años, los reportes financieros de conglomerados como LVMH o Kering han evidenciado una disminución en las ventas globales de lujo. La fiebre post-pandemia se enfría, el consumidor se vuelve más selectivo y las nuevas generaciones ya no se sienten identificadas con los códigos de exclusividad de generaciones anteriores.

Aún así la moda sigue intrigando a quienes la consumimos, desde dentro o fuera de esta esfera de exclusividad. Quizás porque, incluso en tiempos de caos, la moda representa ese impulso humano de imaginar y crear en medio de la crisis.

 

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¿A dónde nos dirigimos?

A pesar de que me encantaría cerrar este texto con más certezas que dudas, la realidad es que la moda, tan compleja y contradictoria como nosotros mismos, siempre nos deja con más preguntas que respuestas. Sin embargo, cada septiembre y octubre nos ofrecen un nuevo comienzo. El fin del Fashion Month se siente casi como un año nuevo para la industria: un cierre de ciclo que nos invita a detenernos, mirar atrás y hacer una especie de auditoría creativa. Igual que en diciembre reflexionamos sobre lo vivido, este periodo funciona como un espejo donde analizamos lo que la moda nos mostró, lo que nos incomodó, lo que nos inspiró y lo que queremos cambiar.

Estos meses no solo marcan el inicio de nuevas temporadas; también son una oportunidad para cuestionar los sistemas que sostenemos y cómo queremos seguir participando en ellos. Quizá el verdadero valor de la moda esté justo ahí: en provocar conversación, en confrontarnos, en empujarnos a pensarla no sólo como industria, sino como una herramienta de observación colectiva y personal.

Sigue de cerca el trabajo de Kassandra en @kasstorress

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