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La industria nos dice lo contrario, pero beauty is not pain

La industria nos dice lo contrario, pero beauty is not pain

La industria nos dice lo contrario, pero beauty is not pain

La industria nos dice lo contrario, pero beauty is not pain

La industria nos dice lo contrario, pero beauty is not pain

Por Pame Clynes

La famosísima frase “la belleza es dolor” viene del dicho francés ‘il faut souffrir pour être belle’, y básicamente significa que una debe de sufrir para ser hermosa. Las mujeres llevamos siglos sufriendo en el nombre de la belleza. Entre costillas rotas, cortesía de los corsets de la era Victoriana en el siglo XIX, la dolorosísima práctica de vendar los pies (pies de loto) a las chinas a principios del siglo X, la tradición de los cuellos largos de las mujeres refugiadas de la tribu Padaung en Myanmar… trascienden los símbolos socioculturales de belleza, poder, estatus y atracción femenina a cambio de sufrimiento (en silencio, por supuesto), desfiguración corporal y en algunos casos hasta la muerte. A través de la historia hemos aprendido que el ser mujer significa vivir con dolor, pues nos han convertido en seres dispuestos a aguantarlo, sobre todo a normalizarlo, un cólico a la vez.

El primer recuerdo que tengo de experimentar dolor, mas allá de una caída de bici o cuando me rompí la muñeca, fue un dolor impuesto. ¡Claro!, a esa edad no tenía la consciencia para entenderlo como tal, pues era parte de ser una bailarina de ballet. Bailé por muchos años, desde muy chica hasta principios de mi adolescencia, pero la realidad es que no me gustaba, y nunca lo expresé como tal. Simplemente hacía lo que se esperaba de mí. Me atraía la fantasía alrededor del ballet, y la idea de lo que una bailarina representa: belleza, porte, elegancia… La capacidad que tiene el cuerpo de extenderse con cierta delicadeza, que al mismo tiempo se entrelaza con la fuerza que lo sostiene, es extremadamente hermoso. Hasta la fecha se me pone la piel chinita.

Sin embargo, en la barra frente al espejo con la que yo crecí, me tocó recibir constantes críticas sobre mi cuerpo. Curiosamente mis costillas fueron las más bulleadas porque las tengo muy salidas. Resultado de un obligado y eterno martirio para aprender a meterlas, mientras mi interior lloraba sin control, gritando “¿cómo carajos le hago? Así son mis costillas. Así nací”. Al revivir esto se me salen las lágrimas, pues lo que aprendí más bien fue a odiarlas.

 

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Con todo y mis inseguridades enmascaradas seguí bailando hasta que llegó el momento más esperado: la clase de puntas. Pasar de zapatillas normales a zapatillas de punta fue un gran logro, y el día que por fin me tocó estrenarlas, no se me olvida cuando la directora de la Academia entró al salón y nos dijo: “ninguna para de bailar hasta que a todas les sangren los pies”. Y, así fue. Desde ese momento, la creencia de aguantar el dolor y de adoptar su normalidad, se apoderó de mí. Abriendo paso al coctel de experiencias (por las que todas hemos pasado en algún momento), nada agradables y sin duda dolorosas, dictadas por los arquetipos de la belleza femenina.

Empieza desde la primera vez que agarras unas pinzas de depilar

La primera vez que aguantas una comezón endiablada porque decidiste decolorarte los pelitos del brazo. Guilty!

La primera vez que usas unos Spanx que te dejaron marcas de sofocación en tu cuerpo. 

La primera vez que expones la piel a la cera caliente y te arrancas los pelos con todo y pedacitos de piel.

Ya sé, mis ejemplos están muy noventeros, pero eso era lo que había en mi época. De cualquier forma, el láser y los hilos andan bailando más o menos el mismo Vals.

La primera vez que sientes tus pies incómodos, hinchados, inflamados, con ampollas, después de bailarlos toda la noche en tacones.

La primera vez que te quemaron el coco en el salón (sin querer) con la secadora/plancha/tenaza y te quedaste callada.

La primera vez que moriste de hambre porque tu lunch era de rollitos de jamón de pavo con queso panela.

La primera vez que pagaste por un masaje reductivo que te dejó moretones en la piel.

La primera vez que te pusiste un diurex en la nariz para probar cómo se vería chica o delgadita.

La primera vez que decidiste alterar tu cuerpo con una cirugía estética (sin juicio). 

¡Uff!, la presión de ser mujer es culera y no es nuestra culpa. Somos víctimas de una industria que se alimenta de nuestras inseguridades.

¿Será que cambiamos las sanguijuelas por peelings?

Aunque se han erradicado ciertas prácticas del pasado, aunque haya avances  tecnológicos en forma de maquinas alemanas que hacen magia, aunque existen lugares que ofrecen tratamientos “non-invasive” (que por cierto, solo le alcanza a un porcentaje mínimo de la población), siguen habiendo métodos muy peligrosos. Hasta cierto punto salvajes. Ok ok, forzosamente ya no nos tenemos que aplicar sanguijuelas en los cachetes como lo hacían en la Edad Media, pero si voluntariamente vamos a hacernos peelings que no te dejan sonreír un día entero. Ni se te ocurra tratar de levantar una ceja porque se te cae la cara del dolor.

La novedad “pain-free” solo disfraza la narrativa que vende el elixir para cumplir con un molde, y que a propósito pone las consecuencias en letras chiquitas. Esas que te pueden quemar la piel, o que te pueden dañar los nervios, o que pueden causar una infección después de una cirugía estética, o las que pueden desarrollar un trastorno dismórfico corporal, o también las que pueden causar un desorden alimenticio. Por eso usé la palabra salvaje.

La buena noticia es que las próximas generaciones están haciendo una gran labor para cambiar el discurso.

The future is free of beauty standards

El feminismo de hoy nos ha enseñado a respetar lo que cada mujer quiera hacer con su cuerpo; con su vida. Estamos viviendo un cambio histórico, y hay que reconocer que es un privilegio poder evidenciarlo. Formamos parte de una diversidad femenina que lucha todos los días para poder disfrutarse en auténtica libertad. Poco a poco erradicando los ideales del patriarcado y la validación masculina. ¡Qué paz!

Por cada Kardashian que celebra el dejar de comer para entrar en un vestido que no es suyo, hay una Kate Winslet que le dijo NO a un director que quiso photoshopear su panza en una escena sexual. Hay una Leighton Meester (Blair, de Gossip Girl) que exige que no le borren sus canas en postproducción.

Por cada serie de TV que religiosamente elimina las “imperfecciones” corporales, hay un Bridgerton que con orgullo expone las estrías de sus actrices.

Por cada cuenta de Instagram que presume fotos de before and after, hay una cuenta promoviendo la resiliencia de Body Image. Chequen @beauty_redefined y @elcuerpoquesomos.

Por cada cirujano plástico que gana millones poniendo implantes mamarios, hay otro que ya no los recomienda debido a los múltiples riesgos de salud. Google Síndrome de ASIA.

Por cada health coach que promociona productos para bajar de peso, hay una nutrióloga anti-dieta promoviendo la salud en todas las tallas.

Por cada revista que hace retoque de manchas, hay una Winnie Harlow rockeando su vitiligo. #EmbraceTheWinnie, le digo siempre a una amiga que lo padece.

Por cada comediante que usa la imagen de una mujer como sujeto de sus chistes, hay una Amy Schumer arrasando escenarios exponiendo la masculinidad tóxica.

Por cada modelo que después de tener un bebé se pasa directo al quirófano para estirarse el abdomen, hay una mamá que respeta el proceso natural de su cuerpo.

Por cada Zara que no maneja variedad de tallas, hay un Universal Standard que valida todos los tamaños.

Por cada comentario gordofóbico, hay una Lizzo que nos enseña todos los días a celebrar nuestra originalidad.

Cantemos juntas: It’s About Damn Time!

See Yourself, See Each Other" 2018: A Project Breaking Down Beauty Standards  Through Open and Honest Conversations

Instagram: @pameclynes @peacewithpain

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