Sobre mujeres, conciencia y la importancia de seguir creando moda
Por Laura Marquez
No es algo nuevo que la historia siempre ha sido escrita por hombres. Las mujeres, de una u otra forma, siempre nos hemos ubicado en segundo plano. A través del tiempo, las mujeres han sido excluidas de las formas de representación, incluyendo la pintura, la escultura, la escritura, la televisión, el cine, la música y, por supuesto, la moda. Como consecuencia, las historias narradas siempre se han creado desde un punto de vista, para un público en especial y sirviendo a un interés en particular: el masculino.
Naturalmente, estas historias retratan la vida y la mujer ideal para la mirada del hombre. Así, se crea una cultura que naturaliza la exclusión y subordinación de las mujeres mediante mitos o estereotipos. Un claro ejemplo de esto es la femme fatale, es decir, una mujer misteriosa y seductora que se dedica a arruinar la vida de los hombres mediante su sexualidad. En este caso, comúnmente se le retrata con ropa reveladora y maquillaje cargado. Debido a que se repiten constantemente, estos mitos y estereotipos pasan a ser aceptados como regla de la naturaleza, sin ideas que los cuestionen o debatan.
Así es como surgió y se consolidó el male gaze, o la mirada masculina. En la teoría feminista, consiste en representar a la mujer y al mundo desde una perspectiva masculina, tanto en las artes visuales como en la literatura. Usualmente, ella es vista como objeto sexual para el placer del espectador masculino, sin una historia personal que contar. La mirada fue un concepto desarrollado en la filosofía francesa del siglo XX, y fue la crítica de cine británica Laura Mulvey quien acuñó el concepto de mirada masculina en el ensayo “Visual Pleasure and Narrative Cinema”, publicado en 1975. Allí, Mulvey lo utilizó para hacer una crítica a las representaciones mediáticas tradicionales del personaje femenino en el cine.
Tiempo después, con el desarrollo de la conciencia feminista y el acceso de las mujeres a la educación, comienzan a surgir los cuestionamientos y debates acerca de la verdad masculina, sus historias y su mirada. Sin embargo, esto ha sido gradual: si bien la idea de la universidad es bastante antigua, pues algunas datan de alrededor del año 1,000 d.C., las mujeres solo han tenido acceso a ellas durante un periodo muy pequeño de su existencia. Fue en el siglo XIX cuando el florecimiento de la educación superior para las mujeres comenzó a acelerarse en el mundo occidental, con la aparición de grupos de activistas que discutían sobre las formas correctas de educar a las mujeres y para qué sería realmente la educación superior. Por ejemplo, en 1873, Emily Davies y Barbara Bodichon fundaron el Girton College en Cambridge, un colegio exclusivamente femenino, pero que no se afilió oficialmente a la universidad hasta 1948. O, Emma Hart Willard (quien fundó y publicó su “Plan Willard” a principios del siglo XIX), sostenía que las mujeres necesitaban una educación de nivel universitario para poder ser madres bien educadas en América. Otras, como Judith Sargent Murray, declararon que la educación era un medio para el empoderamiento femenino.
En el caso de la industria de la moda, la nueva forma de pensamiento feminista buscó situar a las mujeres como creadoras y portadoras de la cultura, no solo como sus objetos. En esencia, la mirada femenina en la moda alienta a las mujeres a crear y vestir para sí mismas, no para cumplir con determinados estándares, reglas o cánones de belleza. Con respecto a la moda femenina moderna, esto puede expresarse en una feminidad no convencional. Por ejemplo, priorizando diferentes aspectos de la ropa como comodidad, funcionalidad, versatilidad o sostenibilidad; en vez de la estética. La mirada femenina también permite que las mujeres se dediquen a explorar y desarrollar su estilo personal, adoptando aquellas tendencias que cumplan sus necesidades o se adapten a sus gustos. Finalmente, la mirada femenina es para “dar agencia a las mujeres” sobre cómo pueden ser percibidas tanto por hombres como por mujeres; expresando la feminidad sin el único propósito de beneficiar a los hombres. Se trata de mostrar personalidad, singularidad, feminidad, intereses y estilo.
Por ello, la vital importancia de que las mujeres sigamos abriéndonos camino en la industria de la moda que, históricamente, ha sido dominada por hombres. Esto implica, por un lado, apoyar los proyectos artísticos de mujeres en la moda, demostrando que la creatividad femenina es igualmente valiosa y fructífera. Por otro lado, vestir de forma que respondamos solamente a nosotras mismas, a nuestros propios gustos y necesidades, sin tomar en cuenta que tanto puede gustarle (o no) a los hombres. Mujeres, sigamos creando moda, que por muchos años se nos negó el derecho.
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