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Cómo el alcohol afectó mi ansiedad social

Cómo el alcohol afectó mi ansiedad social

Cómo el alcohol afectó mi ansiedad social

Cómo el alcohol afectó mi ansiedad social

Cómo el alcohol afectó mi ansiedad social

Por Pame ClynesUso la palabra ‘castigo’ porque así lo sentí por varios años. Sentí que estaba yendo contra la corriente cuando tomé la decisión de cortar de tajo con el alcohol. Cada vez que salía de fiesta sobria me acompañaba ese diablito simbólico, o mejor dicho el cuervo del tequila (mi veneno de preferencia), en el hombro. Éste me regañaba por negarme a tomarlo; por evitarlo a toda costa. Me acuerdo que mi corazón empezaba a palpitar a mil por hora, todo mi cuerpo sudando, sentía que no podía respirar con el gentío. Al no tener una copa en mí mano de pronto ya no hablaba el mismo lenguaje. De ser la reina del Leonor, bailando toda la noche abajo de una disco ball, pasé a ser un ente perdido, incómoda con mi propio cuerpo y como si no tuviera ninguna herramienta para socializar. Los regaños de la bestia me decían: “esto es lo que te pasa por no ser como los demás”, “¿cómo no vas a tomar?”, “¿cómo no estás haciendo lo que todas están haciendo?”. “¡Qué aburrida!”. Los pensamientos de que me convertí en una mujer aburrida, que ya no soy “cool”, me consumieron el alma. Aunque suelo ser una persona extrovertida, que se le facilita hacer amigos, también puedo ser muy insegura y bloquear por completo cuando no vibro con otras energías. El tema es que cuando tomaba y enfiestaba no me cerraba así.

En un principio seguía saliendo como antes para medir la prueba de fuego. Fue todo un reto, sin duda, pues nuestra sociedad acepta la bebida como si fuera un rite of passage. Digo, cuando escuchas conversaciones de mujeres que prefieren dejar de comer toda la semana y seguir dietas extremas para poder tomar el viernes, creo que tenemos un gran problema. Para mí, lo difícil no fue dejar la sustancia en sí, sino por su significado sociocultural de diversión, aceptación y sentido de pertenencia que lo consume. ¡Claro!, no voy a mentirles, cuando llegaba al antro se me antojaba ir a la barra por algo, aunque sea por una cerveza (que me fascina), pero mi voluntad fue más fuerte. Lo que pasó fue que a mis 27 años descubrí que el alcohol, las crudas (físicas, morales y de cigarro) y las desveladas alimentaban mi trastorno de ansiedad. La pasaba muy mal los fines de semana. Sin voz, con lagunas mentales, días en posición horizontal, no rendía bien en el trabajo, no tenía la misma energía cuando hacía ejercicio, me la vivía enojada conmigo misma, sin poder controlar los síntomas de la ansiedad. La ironía de esta historia es que sin el alcohol empecé a experimentar social anxiety.

El Instituto Nacional de la Salud (NIMH) en Estados Unidos define este tipo de ansiedad como un trastorno que viene del miedo muy intenso y persistente a ser observado y juzgado por los demás. Viene del miedo al rechazo y de la posibilidad de pasar por una situación vergonzosa; propensa a la humillación. A esto yo le agregaría también el miedo a no pertenecer. Me atrevo a decir que todas hemos sentido algún tipo de awkwardness social por lo menos una vez en la vida, pero cuando hay alcohol y/o drogas de por medio, sustancias que sabemos que desinhiben y facilitan las relaciones humanas, las señales de torpeza pueden pasar desapercibidas.

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La ansiedad extrema que se detona por un evento social hace que te tengas que ir en ese momento, sin avisar, como bomba de humo. En algunas ocasiones es menor y la puedes medio esconder. Te vuelves una máster pretendiendo. En otras situaciones te hace decir mentiras. A veces es más fácil inventar que tu vaso de agua mineral con limón es un Tequila Rickey, o decir que estas tomando antibiótico, o la típica: “estoy crudísima de ayer”, que tener que gritarle al oído a un güey una explicación de vida que en el fondo realmente ni le interesa. A veces es más fácil mentir para evitar comentarios incómodos o miradas de juicio. Es más fácil para evitar peer pressure.

Con el tiempo noté que tener que justificar mis razones de abstinencia llegó a ser muy cansado. Entonces mis planes empezaron a ser más selectivos, pero fue una etapa complicada. El aceptar que ya no era la Pame de antes y darme cuenta de las amistades y el networking que perdí. Empecé a perderme de todo. Juzgué la fiesta de mis amigas, no por las sustancias que consumían, sino porque me sentía excluida, que ya no era parte de (en especial con mi grupito de tres), y menos me invitaban a sus planes. Tuve momentos donde creía que me buscaban sólo para que fuera la designated driver después de una boda. La verdad es que sí me dolió muchos años aceptar esas pérdidas: viajes, amigos, novios, bailar y cantar toda la noche, la emoción de ligar, pero mas padre la emoción de arreglarme; de ser vista. FOMO! Total.

En el otro lado de la moneda, noté un cambio muy rápido. Estaba feliz con no meter más shots de lo que sea a mi sistema; físicamente me sentía otra. Emocionalmente estaba en paz. El alcohol me hacía hacer cosas que me lastimaban, me exponía a situaciones donde no quería estar, y más que nada, descubrí que lo usaba como escape para no pensar en el divorcio de mis papás. Lo usaba también para que no me doliera el sexo con penetración (pre- conocimiento de la vulvodinia). Sin embargo, al mismo tiempo entré en una crisis de identidad, pues ser la única sobria es estar consciente de un mundo completamente desconocido porque dejas de estar en sincronía con las demás personas. Confieso que también me desconocí, y tuve que sentarme conmigo misma para descubrir muchas verdades que son incómodas, pero necesarias para crecer.

Cuando estás completamente sobria, y de pronto sientes que ya no perteneces ahí, no encuentras con quien platicar, sientes que ya no sabes bailar, ligar te resulta súper difícil y nada más no te hallas, te pasas casi toda la noche dando vueltas y vueltas, quieres matar a la chava que te pisó con su tacón de aguja, o al tipo que te quemó sin querer con su cigarro… es cuando la fiesta se acaba. También la edad influye, aunque suene como tía, pero llega una edad en la que el cuerpo ya no aguanta como antes. Aún así, seguía, y (para algunas personas) sigo siendo, la “rara que no bebe”. Seguro están pensando porqué la decisión radical; todo o nada. Yo también lo pienso. Tal vez podría haber bajado la cantidad de lo que tomaba. El problema es que todavía estaba en una edad sin límites. Go big or go home!

Por suerte, ya casi llegando al cuarto piso, y mi perspectiva ha cambiado mucho. Desde conocer a más gente que tampoco es muy fan del alcohol o las drogas, hasta que me viene valiendo maíz lo que los demás piensen de mí. De pronto sigo recibiendo comentarios, a veces de amigas que se les sale decirme “hasta tu tienes galán”, como si fuera imposible ligar porque ya no salgo de fiesta, pero agradezco que ya no me afecta como antes. He llegado a la edad perfecta donde puedo tomar cuando se me antoja, sin la necesidad de pasarme al punto donde ya no me gusta quién soy. Al momento donde puedo disfrutar una buena michelada cubana muy preparada, o un Clamato con chela en la playa, o un vinito de vez en cuando.

Hoy ya me doy cuenta lo que gané. Además de recuperar a mis pobres pies, gané crecimiento, madurez, la oportunidad de disfrutar otras cosas de la vida, la oportunidad de conocer la intimidad y el sexo en su máximo placer, dormir delicioso, pero lo más importante fue descubrirme a mí misma sin el alcohol y estar okay con esa versión. Conocer la verdadera Pame, sin máscaras, con todo y defectos, sin la necesidad de pretender ser alguien que no soy aunque eso me quite puntos en popularidad. Por fin logré abrazar the joy of missing out (JOMO).

P.S. Créanme cuando les digo que darte cuenta que tu seguridad social y autoestima nace por el abuso de sustancias es un reality check muy triste, y por eso decidí cambiarlo aunque haya tenido que hacer sacrificios.

Instagram: @pameclynes 

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