De jumpsuits, SOP y cuando mi cuerpo comenzó a cambiar
Por Kassandra TorresEste jueves tuve un breakdown. Mientras me disponía a preparar mi maleta para volar al día siguiente a la CDMX a las 5 de la mañana (porque sí, soy esa persona que sacrificaría hasta las perlas de la virgen por el vuelo más barato del día), tomaba piezas aleatoriamente de mi closet para armar los 3 looks que necesitaría para este viaje. Mi intuición era más que obvia, mi alma me pedía a gritos vestirme en el combo clásico pero infalible de jeans holgados y un saco sastre, la fórmula que ha vestido a millones de chicas de la moda y a su servidora por los últimos 7 años. ¿Mejor combinación? No hay, no existe, o al menos eso parece en el multiverso de Kassandra, donde a mis 28 años no he tenido otro look con el que me sienta igual de segura, cómoda y feliz. That’s it, simplemente no lo hay.
Lo que parecía terminar como una jornada de preparación de maleta exitosa, se vio interrumpida cuando, como buena estilista, decidí probarme cada look para asegurarme de que fueran los ideales para la ocasión. Sin embargo, al probarme cada atuendo, sucedió de nuevo. Los cierres comenzaron a atorarse, los botones se sentían un poco más ceñidos y hubo sombras y relieves que poco a poco se hicieron notar dentro de cada centímetro de tela. Era obvio, mi cuerpo estaba cambiando una vez más.
Esto no era nada nuevo. Quienes me siguen en Instagram sabrán que desde el 2022 inicié una travesía en búsqueda de mi salud hormonal, la cual, desde mi diagnóstico de Resistencia a la insulina y Ovario Poliquístico, se vio afectada de manera radical. Estos dos diagnósticos no son nuevos en mi vida y después de dos años he aprendido a navegar en un mar de síntomas (unos peores que otros) que vienen y van en el proceso de sanar y regular mis hormonas. Sin embargo, a pesar de que dichos síntomas han ido desde náuseas, falta de apetito, exceso de apetito, diarreas, aumento de peso, depresión, ansiedad y hasta exceso de sueño, por alguna razón el efecto que en muchas ocasiones (más de las que me gustaría aceptar) me ha afectado, es el cómo mi cuerpo ha cambiado a lo largo de este tiempo.
Esta travesía que inició hace más de dos años ha tenido un efecto en mi relación con la moda que nunca me hubiese imaginado. Después de esta avalancha de sintomatologías y hormonas en guerra, es obvio que mi cuerpo cambiaría y como consecuencia, la ropa que durante largos años me acompañaría en mis mejores y peores momentos comenzó a sentirse como un fantasma silencioso que habitaba el armario de mi casa.
Vestirme, desde que tengo memoria, ha sido una de mis actividades recreativas favoritas. Cuando niña, se sentía como vestir a mi Polly Pocket favorita, y de adulta el sentimiento no había cambiado. Armar looks, elegir qué textil con qué silueta, si colores análogos o una paleta de tonalidades primarias, si me iría por algo over-sized o simplemente algo ajustado, tomar tantas decisiones en torno a un simple pedazo de tela se sentía tan absurdo como poético, pero el sentimiento de hacerlo, eso no lo reemplazaba nada.
Poco a poco, lo que había sido mi realidad durante toda la vida comenzó a cambiar y esa adrenalina que durante años me acompañó comenzó a tornarse en ansiedad, enojo y frustración. ¿Por qué algo que hago todos los días con más personas como mi trabajo conmigo se siente como una hazaña imposible?
Durante años me he dedicado al estilismo de moda creyendo fielmente que la moda debería ser una herramienta para vestir nuestros cuerpos desde el amor y aceptación. Siempre he luchado por erradicar esas viejas “reglas de estilo” que buscan esconder o cambiar nuestros cuerpos. Siempre busco que mis clientas tengan un acercamiento positivo a la moda y constantemente critico a todo aquel “experto en moda” que insiste en ver nuestros cuerpos como peras o manzanas. Sin embargo, una vez más, quedé, porque mi discurso de amor propio y aceptación quedó corto en cuanto a mi propio cuerpo comenzó a cambiar.
Quién lo diría, la estilista que durante años ha navegado con la bandera del amor propio y aceptación en la moda, hoy está cancelando planes porque su vestido favorito simplemente no cerró. En fin, la hipotenusa.
Durante mucho tiempo me condené a mí misma, por un lado por no ver mejoría en mi salud hormonal después de un sinfín de tratamientos y dietas, por otro lado al ver que literalmente me convertí en lo que juré destruir. En esa Joan Rivers que critica, juzga y condena a un cuerpo por simplemente existir, solo que en este caso era el mío en cuestión.
Hoy, después de un sinfín de ups and downs, de planes cancelados, de días buenos y otros malos, me queda mucho por sanar (por dentro y por fuera), mi SOP aún no se va, la resistencia a la insulina viene y va, y vestir mi cuerpo sigue siendo una actividad complicada la mayoría de las veces. Sin embargo, aunque me duele no dar una resolución de cuento de hadas a esta travesía, si algo he aprendido es que todo es un proceso (la vida misma lo es). Puede que esta solo sea una temporada de mi vida, o puede que no, puede que esta sea mi realidad en los años venideros, no hay forma de saberlo, lo que sí estoy segura es que, bien sea una semana o una vida entera, me rehuso a hacerme a mí misma la existencia más complicada por entrar o no entrar en un par de jeans. Y si bien en ocasiones ganaré y esa frustración abandonará el chat, habrá otras donde no se podrá, y tal vez habrá planes cancelados y lágrimas de por medio. Pero si hoy, me hará más fácil la existencia comprar un pantalón más grande y continuar con la vida, tomaré la oportunidad con compasión y amor a mi misma, porque aunque últimamente me es difícil recordarlo, la moda además de expresión y creatividad, puede llegar a ser una herramienta que nos protege, nos da seguridad y nos acompaña en nuestro día a día.
No siempre se gana, pero hoy encontré en el tianguis de la Plaza Río de Janeiro en la Roma, un jumpsuit de mezclilla deslavada que me hace sentir como una diosa de los ochenta, lista para dominar el mundo. Justo ahí, es donde recuerdo el poder de la moda y por qué hago lo que hago, porque si bien, durante décadas la sociedad se ha empeñado en convertir a la moda en una forma de control y crítica, durante siglos ha sido también una armadura que nos ayuda a navegar en los altos y bajos de la vida. Por ello hoy, con mi nuevo jumpsuit como mi armadura de batalla, decido ver cada prenda como un recordatorio de que soy más que mis circunstancias, y que mi valor no está determinado por la talla de mi ropa, confiando en que cada look (exitoso o fallido) me lleva más cerca de mi propia aceptación y el verdadero amor propio.